Me iba a tomar un par de semanas entender que haberme ido así de lejos iba a cambiar todo con Benny, con mi familia, con los amigos que me quedaban. Yo suponía que ya de por sí no vivía cerca de nadie y no nos veíamos tanto como quería “¿qué diferencia van a hacer unos kilómetros más?” Mucha, mucha puta diferencia.
Mi hermano César estaba recién divorciado y creo que se enfocó mucho en mi mudanza para no tener que pensar al respecto. Me acuerdo que se pasó un día entero ayudándome a empacar.
Yo quería llevarme de todo pero no me dejaba. “Ropa y máquinas, el resto lo compras allá” me insistía. Yo trataba de llevarme un par de libros o fotos enmarcadas pero él las sacaba de las cajas cuando yo no veía.
– Ya, César…
– No, venado, te va a estorbar allá – Ni me volteaba a ver para que no pudiéramos discutir – Más quejitas y te llevas los libros metidos en los calzones, no entran en las cajas.
– Cabrón.
– Si te falta algo luego te lo llevo. No sabes cuánto espacio hay en esa casa, cuántas escaleras, nada. Que no te agobie. Tú llegas, trabajas y ya que le entiendas a eso me llamas y te llevo tus mamadas.
Se había cortado el pelo y ya llevaba mucho tiempo sin tener que amarrarlo. Había dejado de fumar cuando su ex esposa le dijo que estaba embarazada, y cuando resultó que eso no había sido cierto, trató de recuperar el hábito. Pero ya no podía. Ya tosía a cada rato y nomás se quejaba de que le sabían a tierra.
El viaje eran seis horas y yo insistí que podía ir solo, pero, de nuevo, no me dejó. Le había dado la costumbre de agarrarme de la nuca como si trajera una garra al final del brazo. Así me llevó hasta su carro.
– ¡No aprietes!
– No sea nena – Todavía se reía igual, incluso si ahora tenía las ojeras más marcadas. Empezó el viaje como si nada, parecía que sólo íbamos a parar en la gasolinera y de repente ya estábamos en carretera con papas de marca patito por el suelo de mi asiento.
Me obligó muy serio a ponerme el cinturón y cuando yo le dije que se pusiera el suyo me mandó a la chingada. Puso música en su celular y entre las canciones más básicas que los dos nos sabíamos y nos poníamos a cantar a gritos de repente salían piezas para piano que César se saltaba sin que pudieran avanzar mucho. De repente salió una en particular, no me sabía el nombre pero la melodía la tenía clarísima.
– Esa no te la saltes – le dije, con la boca llena de migajas y los dedos naranjas de polvito.
– ¿Por?
– Esa está chingona.
Yo la recordaba más corta, pero no me disgustó. César a cada rato decía que tocar piano era más un reto de aguante para las partes de cada canción que son de hueva; va bien todo y de repente todo se pone lento y tedioso y si tienes suerte la canción acaba con esa melodía pegajosa con la que empezó. Yo siempre sentía que lo decía para ser buena onda conmigo por quedarme dormido en sus recitales. Y en ese momento como que lo comprendí. No sé, la parte lenta y de hueva sonaba bastante bonita.
Cuando se acabó la canción y yo tenía la piel chinita entró fuertísima una canción de metal pesado. Los dos gritamos de sorpresa y César le bajó muchísimo al volumen. Nos reímos un poco del susto.
– ¿Todavía te la sabes?
– Estás pero pendejo, es complicadísima esa – dijo César.
– Te salía muy bien – le dije – Mamá lloraba y todo.
– Mamá llora hasta con comerciales.
– No hable mal de mi madrecita, grosero.
– ¿Y de la mía puedo? Ni estaba hablando mal, llora mucho guey.
– No, pero en serio, eras un buenazo. Me gustaba esa – Le dije – ¿Fue la del concurso ese?
– Creo.
– No mames “creo”... Ganaste y todo.
Me acuerdo de ese día, de estar todo acalorado en un trajecito que me quedaba grande porque el saco era de César. Recuerdo andar arrastrando los pies con flojera en lo que entrabamos a un auditorio donde había muchas niñas en vestido sentadas en el piso viendo una partitura, niños chasqueando los dedos con ritmo y tarareando, de vez en cuando se pegaban en la cabeza y sus papás los detenían, tantito más preocupados por que se arruine el peinado que otra cosa. César andaba como cualquier día, de repente me jalab una oreja para que gritara y luego fingía que no hizo nada y papá le creía; yo era el que iba de mala gana.
Dije que quería ir al baño y César me llevó en lo que mis papás se iban a acomodar a sus asientos. Yo la verdad no tenía ganas de hacer nada, solo wuería sentarme en alguna parte y jugar con mi DS, estaba a medio gimnasio de algún juego de pokemon y sabía que me iban a regañar si sacaba la consola durante el concierto. Según yo iba rápido, pero luego de perder dos veces pues me rendí y salí del cubículo.
El baño ya estaba vacío, se ve que ya había empezado la cosa. Y César ahí seguía. Tenía los ojos perdidos, viéndose en el espejo, pasmado. Los dedos le temblaban contra los lavabos, entre que practicando y entre que nomas nervioso. Le cambió la cara cuando me volteó a ver.
– ¿Ya venado? Lávate las manos, cochino, ya es tarde.
Justo cuando ya me estaba sacudiendo las manos (no lcanzaba los dispensadores de papel para secarme) sentí sus manos en mi pantalón, separando el cinturón y levantando mi saco. Me desfajó la camisa de un jalón y se rió en mi oreja cuando vio que traía mis trusas de tortugas. Les solía decir mis “tortrusas” le daba mucha risa ese apodo, siempre que las veía me daba un resortazo.
– ¿Sí te limpiaste bien?
– ¡Nada más hice pipí!
– ¿Tanto tiempo? Si dejas rajita le cuento a todos…
– ¡Calzón chino no, ya, César!
Me levantó de inmediato, en un jalón. Me tenía flotando de mis trusas. Me acuerdo que dijo algo como “así, flojito, flojito” cuando dejé de dar patadas en el aire. Yo era muy chaparro para mi edad y él muy alto para la suya, me imagino que yo pesaba lo que su mochila.
– ¡Campanita! Va de campana
– ¡Césaaaaar! ¡Arde!
Me empezó a dar rebotitos en el aire y a jalarme para los lados para que me balanceara. Me traté de detener con el lavabo pero con pasos para atrás que dio mi hermano yo ya no tenía con qué detenerme. Me clavaba mi calzón verdecito entre las nachas y hastael pantalón se me estaba metiendo de lo apretado que estaba todo.
– Deséame suerte, venado.
– ¡Suerte! ¡Suerte!
– Di que voy a ganar.
La verdad no sé cuantas veces lo dije, pero a cada rato me decía “otra vez” y fueron tantas que hasta yo me empecé a reír, sobándome el culo en el aire. El “vas a ganar” que me salía de la boca nomás rebotaba por todo el baño y yo con mis zapatos pendejsode charol siempre a unos centimetros de tocar el piso antes de que me dieran mi levantada.
– ¡No la rompas!
– ¿Tu tanguita?
– ¡No es tan—Gtan---GAAAA!
– JAJAJAJA no mames, ¡te tienen que meter a un coro! Qué bonito cantas, venado.
– ¡Jajaja, eres un tonto!
– A ver, más agudito…
Ya luego de un rato hasta a mí me dio curiosidad qué tan alto podía gritar. Ahí andabamos los dos jugando como si estuviéramos en su cuarto, lo adolorido me lo quitaba verlo todo feliz en el espejo y hasta cómo se me ponía la cara de dolor cada que me pasaba ese hilo por la cola. La verdad es que sí me gustaba ese calzón y César me lo estaba arruinando, dejándolo todo guango, rasposo y estirado, pero la neta se veían chistosas todas coloridas contra el traje todo aburrido que mis papás me habían obligado a ponerme. Pasaba entre la campana y hacerme saltar.
Se escucharon aplausos afuera y César me bajó, ya se había acabado el discurso del principio de los organizadores.
Con un último jalón me dijo que le diera el “vas a ganar” más agudo que pudiera. Despuesito solo dejó que el resorte me pegara en la espalda y me acomodó para que el saco me cubriera el calzón.
– Casí me dejas sordo con esa, monstruito. Sí les voy a decir que te metan a un coro.
– Sí me dejaste rozado…
– Ah, esto no te lo arreglas – Me dijo dándome palmaditas en la espalda – Cuando acabe voy a checar que lo sigas trayendo a media espalda. Y si no, a la cabeza.
– No inventes, tengo que andar sentado un ratote
– Jajajaja, sí, vas a acabar MÁS rozado
– ¡No es chistoso!
Se lavó las manos sonriendo, ya no le temblaban. Se tronó los dedos que ya llevaban un rato en puño. Estiró desde la muñeca, dio un suspiro. Y me pellizqué la parte de atrás del pantalón para tratar de arreglarme los calzones, pero me vio en el reflejo.
– ¡Eh! Te andas acomodando.
– Ni se puede, ¿okey? Todo apretado el pinche pantalón
– ¿Qué dijiste, grosero? – me dio un zape, enojado en serio – Estás muy chiquito para andar de guarro.
Me abrazó fuerte, tanto que costaba respirar. Me acuerdo que su corbata me dejó raspada la punta de la nariz. Yo me forcejeaba por salir, pero no pasaba nada.
– Sí da nervio, venado…
– César, ya te dije que vas a ganar, ¿qué no me oiste?
– Jajaja, pendejito…
– ¡Grosería!
– Cállese, soy el mayor, digo lo que quiera.
Me dio un beso en la coronilla de la cabeza y me arrastró del brazo casi corriendo. Con prisa me llevó por el auditorio casi lleno hasta mis papás, riéndose todo travieso. Me dejó con ellos, hizo caras de que no me regañaran y salió corriendo, sin duda a que lo regañara su maestra por no estar listo a tiempo.
Soporté dos o tres canciones que casi me pusieron a roncar y luego salió César; calmado, quieto, como si nada. Tenía mirada de adulto, perfectamente a la altura de esa muchedumbre de papás y amigos de sus oponentes. La canción era triste, la verdad, a veces daba miedo, pero con él había lago más, una cosa ligera, optimista y pues simpática. No sabría como explicarlo, estuvo lindo lo que hizo. Sentí muy corta la cosa, cuando terminó me tardé el aplaudir porque quería que siguiera.
Creo que hasta los que iban después sabían que el ganador ya estaba decidido.
En el receso, mientras deliberaban los jueces, el lobby del auditorio otra vez con grupitos alrededor de estos chamacos estresados. Y mientras tanto mi papá consolando a mi mamá que no dejba de llorar. Sin decir nada Cesar me hizo una seña y yo de mala gana me levanté el saco para aue viera que no me había arreglado los chones. La verdad ya ni lo sentía. Mientras mamá lo ahogaba en besos y abrazos, César nada más se preocupaba por no reírse. Y ya cuando nos dejaron un poquito solos (en lo que a mis papás los felicitaba uno de los organizadores) mi hermano y yo casi nos ahogamos en risitas pendejas.
Cuando anunciaron el ganador y subio a que le dieran su certificado, César no celebró. Muy profesional dio sus reverencias y sacudió las manos de los adultos.
Una vez en el estacionamiento, celebró de verdad. Me tenía agarrado del cuello mientras íbamos al carro, me hacía cerillito fuertísimo en lo que gritaba de felicidad. Ya ni lo regañaron, se lo ganó y se veía que yo también estaba feliz.
Lo bueno es que César no era supersticioso porque me hubiera hecho eso antes de todos sus concursos.
– ¿La puedes poner otra vez? – le pregunté, bajando un poco la ventana para que entrara el aire todo helado de la carretera.
– Ni verga, está toda ñoña – me dijo César, bostezando al volante.
– ¿Sí te gusta la música clásica o no?
– Que sí, pero esa es de niño bien portado. Hay más interesantes.
Me empezó a poner las “interesantes” y puedo confirmar que eran todo lo contrario. Se emocionaba él y de repente hacia de que “Checa esta parte, checa” y pues am… Pasaba algo, sepa qué. Se veía muy emocionado con lo que para mí sonaba como una orquesta que nada más no se puso de acuerdo o un par de violines viendo quién podía hacer la nota más larga.
– Eres un mamón…
– Pinche inculto – y me metió el dedo con saliva en la oreja.
Nos paramos en una caseta y entré a los baños. Mientras estaba lavándome las manos me vi al espejo y me di cuenta que yo también estaba temblando. Estaba viajando muy lejos para un trabajo que no sentía que me merecía. Yo seguía muy verde como contador, me tenían de freelancer casi todo el tiempo, y ahorita me estaban ofreciendo todo esto. Me dio miedo hacer el ridículo y tener que mudarme de regreso.
– Ya no gastes agua, pendejo.
César me dio un manazo en la nuca que sonó bien fuerte. Y dejó ahí su mano, apretando tantito, viéndome la cara en el reflejo.
– ¿Pasó algo?
– No.
– Venado…
– De verdad que no pasó nada.
– ¿Vamos a tener que jugar a las preguntas?
– Ya, pendejo.
Ya estaba pensando en esa vez antes del concurso, y la verdad me dieron un chingo de ganas de jalarle su calzón a ver si así se me iba el estrés. Y estuve a nada, pero entró un señor ya mayor con un niño y pues se sentiría raro hacerlo si no andábamos solos.
– Vente, dicen que va a llover.
De regreso en el carro César me dijo que me tratara de dormir. Parecía imposible pero bajé el asiento, sentí que me dio unas palmadas en la panza y empezó a llover.
El ruido era bonito y me fue arrullando. Pasó de chispear a un torrente duro. Yo iba y venía de estar despierto y de repente César ya se estaba estacionando.
– Empiezas hasta el martes, ¿no?
– Sí, ¿por?
– Está inundadísimo. Es de ir a veinte en carretera y ya me dió culo que nos vayamos a morir.
Yo me andaba quitando las lagañas, y vi que habíamos entrado a un hotel de paso. La lluvia de verdad no paraba, hasta costaba trabajo oír entre tanto trueno y salpicada.
Nada más del carro al edificio acabé mojado hasta los calcetines, como si me hubieran aventado a una alberca.
– Vas, metete a bañar – me dijo César dejando mi maleta encima de una toalla.
– No, ve tú.
– Pendejo, si me enfermo yo no pasa nada, métete y agua caliente. No te estoy preguntando.
Para cuando César salió de la regadera yo ya estaba seco, y vestido. Nada más había una cama, pero al menos estaba grande. La lluvia no paraba.
– Verga, ¿me prestas unos calzones? Yo no traje muda de ropa.
Aunque haya acabado terrible con su ex esposa, la obsesión que se traía ella con el físico sí le había hecho bien a mi hermano. Se veía bien musculoso, tenía la piel sin manchas y traía una barbita bien cuidada.
Le lancé unas trusas grises y se las pudo por abajo de la toalla. Sus pantalones se andaban escurriendo e la regadera, al lado de sus boxers empapados; el pendejo se había regresado al carro cuando vio que no había traído mi maleta. Bueno, pendejo yo, se me olvidó, pero pendejo él de haber ido en vez de dejarme ir.
– Ya, sin mamadas, ¿qué pedo con tu culo? – se reía sin camisa – Estás todo chaparro y estos me quedan guangos de atrás.
– No, pues mejor no te presto nada…
– No es queja, ¿pero cómo le haces?
– Igual y así me los dejaste tú.
– Tsss, no sea mentiroso – se pasaba el pulgar por el resorte, acomodando – Hace un chingo que no te hago calzón chino.
– Qué bueno… – dije, andaba leyendo bien el correo sobre donde me iba a quedar, no estaba prestando atención.
– Y no te hagas, los chones que yo te jalo no sobreviven, no quedan nomás tantito flojos – lo estiró para enseñar que no era tanto – Te llegan a la cabeza, menso.
– No te hagas, nunca fuiste tan pasado de verga.
– Ya sé, qué pendejo. Lo tenías bien merecido y no aproveché.
– ¿Merecido de qué?
– Cabrón… Chaparro, lloroncito, estudió contaduría, usaba pura trusa…
– ¡Usaba boxer!
– Pura tanga, pues.
– Imbécil…
– Eras bien molestable, Venado, me fui bien leve contigo – Se aventó en la cama, de su lado – Tienes suerte que me caías bien, tantito más castroso y hubiera sido tu peor pesadilla.
– Jajajaja, suenas a caricatura, “tu peor pesadilla” – Guardé mi celular – Y no empieces a sacar esas cosas, no es como que fueras el cabrón más rudo, pianito…
– Era más chingón que tú – se rió – Tú ni fumabas.
– Noooo, sí, qué ruuuudo.
– Cállese, mamón.
Me pegó en la cara con la almohada, se la quité y le regresé el golpe. Lo oí suspirar, debió haber estado muy estresante esa manejada en lluvia. Ahí en silencio me regresó el nervio ese. Gruñí un poco. Me sentía bien estúpido de no poder controlar mis manos todas temblorosas.
– Nunca compartimos cuarto, ¿verdad? – dijo César, levantándose a ver si ya estaba suficientemente seca su camisa como para ponérsela.
– Ay, verga… ¿Nunca?
– No – estaba empapada todavía, acabábamos de llegar. No se veía muy incómodo caminando en calzones, pero me imagino que tenía frío – De la cuna fuiste directito ahí al del piso de arriba y me pasaron al de abajo. Digo, a cada rato bajabas pero nunca compartimos cuarto.
– ¿Bajaba?
– No mames que se te olvidó. Uy, putito, es aue eras llorón desde sieeeempre. Cuando llovía bajabas a mi cuarto y te tratabas de subir a mi cama. Yo hacía que te pusieras con la cabeza donde andaban mis pies pero siempre para la mañana ya te habías dado vuelta y andabas como si la cama fuera tuya. Te daban un chingo de miedo los relámpagos. Yo te dije eso de que nomás contaras entre cuando venía la luz y cuando el ruido para que vieras que se andaba alejando la tormenta, pero a cada rato era de que “César, ¿cómo era?” y pues medio dormido te lo volvía explicar. Pero es como te digo, qué baboso estaba. Lo correcto hubiera sido ponerle seguro a la puerta cuando veía que empezaba a llover y dejar que lloriquearas afuera y luego burlarme de que te orinaste o algo…
– No me acuerdo – le dije. Era mentira, o bueno, no mucho, me acordaba de cuando me despertaba un trueno y bajaba las escaleras y un poco la idea de despertar en una cama que no era la mía y que me levantaran con cerillito para que fuera a la escuela.
– Es que estabas bien chiquito – exprimía su camisa en el lavabo – Y luego mamá diciendo “es bien valiente Bernardito, nunca nos despertaba” pues sí, mujer, me despertaba a mí.
– Pero tú igual entrabas a mi cuarto a chingar.
– Eso sí, pero de día, güey, y ahí era sabiendo que llegaba a chingar – se rindió, dejando su camiseta ahí – Igual eras ratero, te robabas mis cosas.
– Nunca me robé nada, tú dejabas cosas…
– ¿Estás bien?
– ¿Mm?
– Las manos, ¿tienes frío? Tápate.
– Jajaja, tápate tú.
– Yo no ando temblando.
– ¿Te puedo hacer calzón chino? – Nada más se lo dije.
Nunca había pedido permiso de algo así. César era el mayor pero a cada rato le regresaba la broma. Cuando íbamos a la playa le echaba arena atrás del traje de baño; si andaba desprevenido le bajaba el pantalón o le pellizcaba una chichi; y a mucha horna sí le llegué a dar dos o tres calzones chinos de cumpleaños. Pero pues jamás había preguntado.
– ¿Te hice enojar o qué pedo?
– No, este… Nomás…
– …Bueno, si los rompes me das otros.
Por una parte parecía muy fácil. Pero considerando lo que ya había hecho hoy supongo que no me sorprendió la respuesta.
Le quedaban un poco flojos de atrás, nada más se dio vuelta y me dejó acercarme. Al menos estaba recién bañado, porque la verdad es que ya llevaba sudando todo el día. Era raro nomás sostenerle su resorte de la trusa, casi siempre ra jalar en cuando tenía agarre. La sostuve ahí, haciéndola bola y viendo como se le iba metiendo entre las nalgas. Ya cuando estaban mis manos en puño, ya le quedaban apretados.
– Sí sabes que se jala, ¿no?
Subí los brazos lo más rápido que pude pero no lo levanté del piso como esperaba. Se metió con tanguita pero no se levantó del piso. Se auejó más e pinche calzón de que ya se quebraba tantito abajo del resorte, mi hermano nomás se río un poco y se le subieron los hombros. Pasé la mano entre los hoyos y le dejé el calzon el forma de T y ahí sí a doble mano con las rodillas dobladas di la sentadilla y que lo levanto en una como pesa.
– Ah, culero ¡esasítepasastedevergaaaa!
Milagro aue no me quemé las manos. El raspón en las palmas estaba divertido sabiendo que le estaba dando en la cola a ese güey.
– ¡Ahora sí te cobro toda mi infancia!
– Cabrón si lo quiebras— ¡¡Quelebajes!!
Estaba chistoso hacerlo hablar rápido t con la uijada toda apretada,casi tana pretada como sus nalgas. Si se burlaba de mí por nalgón, tampoco cantaba mal las rancheras, traía unas burbujitas todas peludas que nomás andaban ahí separadas por un hilillo gris. Cuando casi se cae ya movió las piernas y fue buscando cómo caer sin irse de cara. Entre risas me agarró la muñeca y trató de apretar para que lo soltara, encorvando la espalda.
– Sin trampa.
Dolía como apretaba, estaba fuerte César. Entonces que lo jalo para atrás para ue se resbalara y luego para adelante y para arriba. Se le resbalaron las manos y ahí sí lo hice dar brinquito. Lo traté de sostener, pero me fallaron los brazos.
– Del hilo no, cabrón, del hilo no se hace…
– ¿Cómo no? – le dije – Es de cuerdita, ¿no te acuerdas?
– Cómo eres rencoroso, ya madura, güey
Con e relámpago aproveché para darme media vuelta y traerlo como títere. Dos jalones buenos y se dobló, poniendo las manos en la cama. Se le iba el aire entre risa y grito y que dobla una mano, con la otra agarró el calzón y se lo trató de jalar para abajo, metiendo el pulgar como ganchito.
– ¡Que sin trampa!
Cambié y fue para agarrarle su trusa e un puño en cada hojito y estirársela para los lados. La costura que une la parte de enfrente del calzon con la de atras ya la tenía a media espalda, y con la posición estuvo bien fácil levantarlo. El calzón tronaba y afueruta el cielo también. Conforme caía la lluvia me daba acordaba de cuando él aprovechaba el ruido para molestarme y que mis papás no nos oyeran. Si la vecina tenia fiesta yo ya sabia que iba a entrar a mi cuarto fingiendo que venia a jugar y en realidad usarme para entrenar llaves de lucha.
Cuando ya finalmente quitó su pulgar de sus calzones, dio un alarido bien chistoso. Todo el alivio de estarse sacando la tela del culo solamente hizo que se le olvidara cuánto tenía que estar doliendo. Se puso las manos en las nalgas como para que no se las viera, las dejó flojitas porque sólo raspaba peor si las apretaba.
– ¡Me vas a dejar chicos los huevos, güey, ya!
La forma en la que lo dijo me dió mucha risa y lo dejé caer. Cayó de panza en la cama y despuesito yo caí a su lado, muerto de risa. No sé cómo explicarlo, la voz le salió bien chistosa. Se iba quejando en lo que se movía lento. Lo vi a punto de arreglarse y lo detuve con una mano en la espalda.
– Venado, no inventes…
– Ya no te va a doler – le dije – Nomás a ver a dónde te llega.
Yo tenía la esperanza de que le llegara a la cabeza. De que la trusa iba a la basura no quedaba duda, ya estaba guanga y delgadita, me iba a qedar extra extra grande. Pero tampoco llegaba al cráneo. Jalaba tratando de que no se quebrara y nomás llegué a la parte de abajito de la nuca.
– No va a llegar – se rió César.
– Que sí.
– Que no.
– Sube la cabeza, vas a ver.
Le faltaba flexibilidad en el cuello y nomás no llegaba. Le di un par de jalones duros pero para el quinto ya se quejó en serio, se levantó y me empujó.
Si se hubiera sacado el calzoncillo de la cola nomás se le cae hasta los tobillos, lo traía como taparrabo. De reojo se vio en el espejo y se quedó viendo, como si no se lo creyera.
– ¿Y eso? – me preguntó – ¿De dónde salió tu lado de culero?
– No sé – me vi las manos, ya no me temblaban y el pecho lo sentía más grande, más fácil de respirar – Que andabas ahí en calzón como si nada. Hermano que se respeta no deja pasar eso.
– Estuvo perro – me dijo, lanzándome la almohada – Casi me rindo.
– Aaaah, se me olvidó decir que te rindieras.
– Sí, te viste pendejo – César se fue quitando ese calzón ya todo inútil y anduvi sacando ropa de mi maleta hasta ponerse unos negros – Traes pura trusa, ¿qué pedo? Esas se te marcan en pantalon de vesyir. Van a decir que trae panties.
– ¿Te puedo hacer otro?
– ¿No tenías un cuate que les decía calzón de la vergüenza? – se rió, recordándome al Román – Era cagado ese güey.
– Oye, César, ¿te hago otro?
– ¿Qué te crees? Ese te lo dejo pasar porque es de despedida, no te aproveches.
– Sí está divertido, ya te entiendo…
– No, no, es que no sabes, cuando eras morro eras pero de leyenda, pura lloriqueada de mocoso – se me fue acercando y se me puso la piel de gallina – De que “le digo a mamá” y de que “déjame acabar mi tarea”.
– Ya, ahí muere – e fui acomodando en la cama para no darle la espalda.
– No sea miedoso, si se lleva se aguanta.
Sí dió vergüenza lo rápido que me lo devolvió. Me ardían las rodillas primero porque me hizo ese de que me amarraba los pies con mi calzón, cada agujero clavándose entre mis talones y mis dedos de los pies, yo boca abajo con el culo de fuera porque solo de mantener la posición se me bajaba el pantalón. No dolía tanto pero la verdad es que no me podía mover. Con una mano me empujaba la cabeza contra el colchón y con la otra jalaba la trusa para que ya se me atorara a los tobillos y me dejara el pie atrapado. Traía calma. Por mucho que yo me tratara de retorcer, no le costaba nada acabar de acomodar.
Me agarró de las orejas y me fue jalando para que me disculpara. Le dije de que perdón y de que me había pasado pero ya ni me sorprendió que no me estuviera dejando ir. Ya cuando acabó me puso la cara contra su culo y me la frotó ahí hasta que traía tantito metida la trusa de un lado.
– ¡Me acabo de bañar!
– Cálladita, sirenita – me dijo con unas nalgadas bien groseras y bien fuertes.
– ¿Ya me lo puedo quitar?
– No, así duermes.
– Ya tengo sueño, güey…
– Es el problema de no haber compartido cuarto. Así te habrías dormido muchas veces.
Me dejó así en lo que veíamos la tele. Nos burlábamos de comerciales y nos peleabamos tantito sobre el fucho (yo no le sabía mucho, pero César sólo quería alguien que lo oyera todo enojado sobre sepa la chingada qué), y sin hacerla cansada me quitó mi calzón chino de sirena y hasta me dijo que me hiciera masajito en las ordillas para que no se me entumieran.
Anduve ahí flojito un rato, con la tele del cuarto a volumen bajito. No paraba la tormenta. Luego de que César apagó la tele para ir a apagar las luces le pregunté.
– ¿Te dolió?
– Tantito – me dijo – Te falta hacer brazo.
– No, en serio.
– Es en serio, ni dolió.
– Estabas gritando.
– Igual le pudiste echar más ganas – se burló – No me vas a poder hacer daño si no te pones a levantar pesas, Bernardo.
– Idiota, ni era para hacerte daño, solo para que te doliera.
– La próxima vez que me lo pidas ya te va a costar algo. Mínimo el precio de unos chones nuevos.
– Uta, ¿quieres que saquemos cuentas de cuántos me deberías tú?
– Sí, no, mejor ahí lo dejamos – me dio un golpecito en la cabeza – Ya a dormir.
Estuvimos un rato a oscuras, con de vez en cuando un relámpago haciendo que entrara luz. Estaba hasta cómodo la verdad. Me faltaba sueño de que yo ya me habia dormido en el carro, pero me dolían un poco los honbros de la levantada. Lo haya dicho por patán o no, sí me faltaba ejercicio.
– ¿Tienes miedo? – me preguntó, poniéndose debajo de las sábanas.
– Pues tantito…
– Jajajaja, ¿es neta? ¿Todavía te da culo un relámpago? ¿Cuántos años tienes?
– Ah, ¿de eso? No…
– ¿Entonces?
– No, nada.
– No, no, dime.
– Buenas noches.
Un poquito más de silencio y otra vez César se puso a hablar. Tenía que hablar medio alto para que se le oyera con el desmadre de gotas contra la ventana.
– Mira, cabrón, yo sé que si te digo wue te va a ir bien y lo vas a lograr chingón no me vas a creer. Lo que espero que sí me creas es que incluso si la cagas, vas a estar bien. Lo pones en currículum y se ve genial que trabajaste ahí.
– No es eso.
– Pues si es lo otro… Bernardito, Venado, ¿tú crees que no te voy a visitar? Nomás me hablas y vengo a verte. Me traigo a quien quieras ver.
– No mames, son horas…
– Pues sí, pendejo, pero eres tú.
– Ya bájale…
– No, bájale tú, pendejito – me dio un manazo en la panza, duro – Cuando estabas niño y te ponías en este plan de “no, es aue nadie me quiere” pues ya, estabas puberto, ni modo, pero nomás no se te quita, carajo… Si no fueras buen tipo no te trataría bien, ¿eh? Me vale verga que seamos familia, a los pendejos se les tratacomo pendejos. Ni pa qué te miento, no me guste que te vengas hasta quién sabe donde, pero que te paguen bien y te reconozcan está chingón.
– Pues… Yo también los voy a extrañar, da miedo.
– Mira, güey, no te voy a dar unabrazo porque ando en calzón y ya andamos compartiendo cama. Te doy tu abrazo en la mañana, ¿sale? Ahorita duerme y si no se te pasa el miedo, te pones a contar el tiempo entre rayo y trueno, ¿sale?
– Sale.
Un poquito más de silencio y la boca se me movió solita. No sé por qué no se lo había dicho antes, me sentía bastante idiota por no haberlo hecho.
– Gracias, César.
– Te quiero, Venado, ya duérmete o te enseño como se pone un calzón hasta la frente.
Ya en la mañana el clima estaba perfecto. Tenía el cuerpo relajado y se me olvidó pedirle el abrazo que me había dicho la noche pasada.
Antes de subirme el carro, me levantó la camisa y me dio unas tres palmadas bien duras en la panza. Me quejé, le pregunté que por qué, dijo que “nomás” y ahora que lo pienso ese fue mi abrazo.
Y manejamos el resto del camino.