Saturday, June 22, 2024

El Cajero

 Había sido una semana complicada que nada más seguía y seguía y seguía. Me dolía todo un poquito, estaba cansado, llevaba unos dos o tres días en los que dormía más tiempo en el asiento del camión que en mi cama. Yo ya sabía que en cuanto me quitara los zapatos me iba a desmayar, entonces fue puro milagro acordarme de que no había comida en casa. Obviamente no había comido.
A eso de las once de la noche todavía no cerraba el súper. Ya no les faltaba mucho por cerrar, muchas de las cajas ya estaban contando en el dinero y éramos sólo unos cuántos sonámbulos responsables y yo.
En cuanto entré, sentí un escalofrío extraño. Solo lo vi de reojo pero no porque instintivamente retiré la mirada. Tenía mi edad, aunque no me hubiera sorprendido que fuera más joven. Lo primero que noté fue su risa, lo segundo fue el grosor de su brazo izquierdo, y lo tercero fue la gorra azul con la que le pegó en el hombro a alguien más. Dijo:
– ¡Ya no salgas con mamadas, güey!
Y sentí la piel erizándose donde se conectan mis hombros y mi cuello. Me pareció haberlo visto antes, pero nunca lo había oído. Tal vez una que otra vez limpiando los pisos u organizando las repisas. En ese instante apreté el paso, un poco confundido. Era como cuando atrapas un vaso antes de que se caiga, puro reflejo.
Para cuando me empecé a arrepentir de no haber agarrado un carrito, me di cuenta que ya les estaban poniendo candado afuera. El sentimiento de prisa de todos los trabajadores se sentía en el aire. Se acabó la música. Se hicieron últimos anuncios. Y luego oí su voz otra vez.
- ¡A ver cule—!
Evidentemente le quitaron el micrófono antes de poder acabar su oración. Lejos, con eco, escuché las risas de ese grupo de cajeros. No era el último cliente aquí, de repente veía a una mujer en camisón llenando su carrito en lo que revisaba una lista en el celular. Tenía tiempo, al menos.
Las latas de frijoles se me iban resbalando por los codos. Sostuve lo que pude en mis bolsillos, cada paso hacía rechinar el unicel. Solamente me faltaban unos limones para la semana, no quería solo agarrar algo para hoy, no sabía cuando iba a haber tiempo de venir de nuevo.
Y no sé bien cómo pasó pero de la nada paso por el pasillo de la ropa interior. Y voy con prisa, sin pensar pero de la nada subo la mirada y veo un paquete de trusas de batman. Tres. Una azul con amarillo. Una negra con el símbolo amarillo por todos lados. Una gris con la batiseñal a los costados. Todas decían “Batman” en el resorte. Ciento treinta pesos y de mi talla.
Me da un poquito de pena admitirlo pero sonreí de golpe y hasta me dieron tantitas ganas de llorar. No sé si por no dormir o el estrés o bien a bien qué pero era como si esos pinches calzones me estuvieran viendo. Me acordé clarito clarito de como quería de esas cuando era niño.
No recuerdo si eran mis primos o los primos de un amigo que tenía en ese entonces, pero hubo una época donde me quedaba a dormir en casa ajena y de repente se armaban luchitas en calzón. Nomás todos en trusa, haciendo un ring con cojines y sábanas y lanzándonos como locos el uno contra el otro. Me acordé perfecto de lo rápido que nos deteníamos cuando se abría la puerta y nos decían que nos calláramos y nos apagaban la luz. Me dieron cosquillas en la panza acordándome de cómo nos quedábamos regañados unos segundos y luego salía una risita y luego otra y bajito empezábamos a luchar otra vez. Me acordé de cómo todo se hacia más chistoso cuando no te podían reir fuerte. Clarísimo recordaba el ponerme un almohada en la cara luego de que alguien susurró “CODAZO EN LA COLA” o alguna pendejada así.
Y entre todas esas campales los que mejor se las pasaban eran los de calzones con dibujos, porque de ahí se sacaban que tenían poderes. Había uno, creo que se llamaba Santi, que estaba todo pálido y una vez llegó con chones de linterna verde. Y entre que pelearnos de qué tanto podía hacer con los poderes pues acababa ganando todo. Recuerdo irme al siguiente dia pensando que linterna verde tenía que ser el superheroe más chingón del mundo. Ya luego me enteré que ni a quien le importe, pero ahí, fue el rey.
Llegaban con calzones de superman, de spiderman, y ni me acuerdo de cuánto duraban esas peleas, pero siempre yo acababa siendo “blanquito” o “el colorado” porque solamente traía trusas normales. Y bueno cuando uno es niño no le puede andar diciendo esas cosas a sus papás. La mitad de mis calzones antes habían sido de mi hermano César y el muy cabrón a cada rato me los estiraba con calzón chino. Nomás de imaginarme la de burlas que me habrían llegado por traer trusa de dibujos luego de rogarle a mi mamá, pues se me quitaban las ganas.
Total que agarré el paquete, ya. Ni lo pensé mucho, nomás supe que si no los agarraba, iba a llegar a la casa y ponerme triste de no haberlo hecho. Si ya el trabajo me estaba poniendo así, de menos jugar un poco con la libertad de tener mi propio dinero.
La verdad es que estaba feliz rumbo a la caja, era una pendejada pero la verdad es que sí me estaba animando un poco. Obviamente no iba a buscar armar unas luchitas en el trabajo, pero pues tantita piedad, tantito juego, saber que traía algo divertido debajo del pantalón. Era patético, pero sí me dio ganas de ir mañana a la oficina.
Sólo había una caja abierta y estaba ya siendo atendida la señora. Era mayor y se movía lento. Por si fuera poco, quería ver si le aplicaban descuentos. La mayoría de los trabajadores ya se estaban yendo, se despedían. La chica se veía un poco abrumada y la vi moviendo los pies, yo de menos podía estar sentado en mi trabajo, me ardieron las rodillas de solo pensarlo.
– A ver, ¡el que sigue!
Se prendió la luz de otra caja y reconocí la voz de inmediato. Se oía harto pero por cómo sonrió la chica, me quedó claro que lo hizo de buena gana. Ella me miró y me apuntó amablemente a la otra caja. Sonreí, traté de hacerme pato, pero no me quedó de otra. Me temblaban tantito los pies pero pasé a la otra fila.
Se llamaba Ramiro y en su foto del gafete se veía mucho más arreglado que en la vida real. El pelo todo arreglado en la foto estaba casi rapado. El trajecito con corbata era una camiseta sin mangas, los tirantes de su mochila le cubrían más los hombros que la camiseta. Tenía una cicatriz en la esquina del labio y una perforación en la ceja. Se le veía una cola de cocodrilo en el cuello y el tatuaje bajaba hasta su pecho, donde ya no se veía. No sé qué tenían esos ojos, pero no podía verlo directamente.
– Buenas noches - le dije.
– Buenas. ¿Encontró lo que buscaba?
Y era estúpido tenerle miedo a esos ojos, él ni me volteaba a ver. Me temblaban las manos cuando dejé el paquete de calzones en la cinta. Traté de esconderla con el ya aplastado paquete de pechugas de pollo o la lata pero creo que eso lo volvió peor. Con cada “bip” de la máquina me ponía más nervioso. Tal vez si no hubiera estado tan nervioso ni habría notado la pequeña risita que sacó cuando los pasó. Ni escuché cuánto iba a ser.
– Va a ser con tarjeta – dije.
Suspiró y bajó su mochila. Voltee a verlo y estaba harto, con ojos cansados, moviendo la lengua dentro de la boca.
– ¿Pasó algo?
– Pues no, pero se va a tardar el sistema.
Me arrebató la tarjeta y esperamos en silencio en lo que esperábamos a que el monitor cambiara de color. Movía mi tarjeta como si fuera de papel, la agitaba impaciente y se pegaba con lla en el antebrazo contrario. El “bip” de la otra caja y la conversación indistinta de la señora con la chica era bastante fuerte.
– ¿Son para ti?
– ¿Perdón?
– Los super chones.
– ¡No, no! Son regalo – No sé por qué mentí, de inmediato me di cuenta que fue mala idea… Y no me callé la boca – Para un primo.
– ¡Jajajaja, a huevo! ¿Es matadito?
– ¿Disculpa?
– Le gustan de estas mamadas, pues, ñoño – Sentí calor en las orejas. Agarró el paquete y vio el tamaño – Chinga, ¿cuántos años tiene?
– Quince.
– ¡No mames! ¿Quince?
– Bueno, catorce, es su cumpleaños.
– ¡Jajajaja, todo teto tu primo!
– Bueno, tampoc—
– Rechazada, carnal…
“Fondos insuficientes” en la pantalla, clarísimo. Ya sabía que estaba un poco apretado antes de que me depositaran al día siguiente pero no sabía qué tanto.
– ¿Pruebo sin los calzones?
– Eh, sí, va…
Claro que así sí me alcanzaba. La peor parte era que de seguro no me alcanzaba por como veinte pesos o algo así. De seguro se dio cuenta de cuánto me estaba tardando y como titubeando con mis cosas. La verdad es que sí me dolió, hacía ya un rato que no me emocionaba por algo.
– ¿De dónde los agarraste? – dijo Ramiro, con flojera, lanzando y cachando el paquete de batichones – ¿De la sección de niño o…?
– Híjole, no recuerdo.
– Haz memoria, ya vamos a cerrar, los tengo que llevar de regreso.
– Este…
No sé muy bien qué vió en mi cara pero de repente se le fue todo el hartazgo. Se rascó la nuca y vio el paquete en sus manos, me vio viéndolo. Tronó la lengua.
– Mira carnal, creo que hay unas de superman en el almacén. Me late que andan más baratas porque ya estaban en liquidación, ¿probamos con esas o tiene que ser este modelo?
– ¡Oye, estaría buenísimo eso! ¡Gracias!
Aunque nunca le había entrado a los comics, algo de unos calzones de superman pues me sonaba mejor que estos, hasta se me calmaron los hombros. Algo de imaginar la S y el rojo y el azul pues con honestidad me ponía muy feliz.
Se puso a cerrar la caja y me fue dirigiendo a otro aldo con unas llaves en la mano. Miraba para todas partes, viendo que no hubiera más clientes.
– Justo andábamos hablando de que estaban todas nacas esas tangas. Nomás te pido de favor que cuando se las regales no les quites el precio, que vea que te salieron bien baratas.
– Jajaja, no maaa…
– Y que sí se las ponga, ¿eh? Es que qué pedo, un pinche puberto con calzoncito de niño, haces que le duela, ¿me oyes?
– Claro que sí, ¿pa qué más va a ser el regalo? – me estaba empezando a gustar la mentira.
– ¿Es llorón?
– Algo, algo…
– Verga, el hermanito de mi morra era bien puto cuando lo conocí – se río – Ya se anda arreglando el güey, pero es que ya no les enseñan a tener huevos.
– Sí, sí, obvio – dije, nada más estaba imaginándome ese paquete, se sentía como navidad.
Llegamos a un almacén chiquito con cajas blancas de cartón por todos lados. Entré, prendió la luz, dejó la mochila y me dijo que me apurara a entrar que no me fuera a ver su supervisor. Yo le estaba dando las gracias y él pues ni me volteaba a ver. Me pidió que revisara encima de una de las cajas y supongo que el sueño y la prisa me hicieron reaccionar tarde.
De repente la risa de Ramiro me aturdió y sentí frío en las piernas. De un sólo jalón me bajó el pantalón de vestir.
– ¡Se te veía en la cara! – me dijo, riéndose de mi trusa azul – Sí, cabrón, a huevo son para tu primo.
– Oye, ¡¿qué te pasa?!
– Si te los subes, no te doy los calzones, ahí como veas.
– ¿Qué?
– No te cubras, manos a los lados.
– No mames…
– No mames tú, no la escondas.
Me agarró de las muñecas y me las puso al costado. Llevaba un rato sin que nadie me tocara, y este cabrón apretaba brusco.
– Pinche güey, todo nalgón y en putitrusas.
– ¡Oye!
– Si no te quedas quieto no te las doy, ¿eh?
No me podía resistir y Ramiro creo que lo sabía. Me empujó la cara hasta que sentí cartón en la nuca. Me dio un manotazo bien fuerte cuando traté de cubrirme mi calzón. Me dolió y me atoré con mis pantalones, casi me caigo, pero agarró de adelante del calzón y me puso de pie. Grité y le dio mucha risa.
– A ver, carita aquí.
– No, ya, por favor…
Me di vuelta, no quería verle la cara, que me dieran más escalofríos. Sentía calientito atrás de las orejas y daba pena cómo se me agitaban los dedos. Me esperaba escapar, pero de la nada siento una mano en mi espalda y me empuja tan duro que casi se cae el montón de cajas.
– Calzón por calzón, ¿sale? – hablaba calmado, como si ya fuéramos amigos, pero con ese tono que no tenía nadita de respeto – Te trueno estos y te llevas los de superman.
– Le voy a decir a… – me interrumpió, no lo culpo, no sé por qué empecé a decir eso.
– ¡Jajajajaja, pinche putito! ¿Me quieres acusar? No mames, ¿cuántos años tienes? – y que me da una nalgada – Sea machito. ¿Quiere sus supertangas? Así se las dos gratis.
– No es tanga… – me dio otra nalgada, me tuve que morder el labio para no gritar. Era de mano pesada el Ramiro.
– ¿Qué?
– Nada, nada…
– ¿Le hacemos así o se te abre?
Trate de responder bajito, pero no funcionó. Me agarró de la nuca y me jaló el pelo. Tenía la voz juguetona pero de verdad que no se estaba midiendo.
– Que se oiga.
– ¡Sí! ¡Ya! ¡Pero rápido!
Me puso las manos en la cintura, me movió para que estuviera bien enfrente de él. Me dio un apretón y sentí como si me hubieran dado un piquete en los pezones.
– No, pendejo… A ver, manos arriba, de ahí no se me mueven, ¿me oyes?
– Sí, ya, te oí.
– Y sin el tonito.
– ¿Cuál tono? ¡¡AAHHH!!
– ¿Cómo que cuál? – el condenado me dio un pellizco horrible en la nalga, la tela azulita se torcía de cómo me la apretaba, no esperaba que fuera a doler tanto un vil pellizco, pensé que me estaba apagando un cigarro en el culo – El tonito de “ay, pobre de mí”, mentiroso. El que te está haciendo el favor soy yo, imbécil, no te alcanza y te los voy a dar gratis.
– ¡Perdón! – lo bueno es que me soltó. Balbuceó un par de cosas, enojado conmigo.
– Y no va a ser rápido – lo que pasaba con su risa era que siempre la traía abajito de la voz – Así, despacito, qué te arda bieeeen, cabrón. Verga, hace un chingo que no hago un buen calzón chino. Te va a doler hasta la verga…
No supe si eso quería decir que me iba a doler mucho o que hasta me iba a doler el pito, pero no estaba tan loco como para preguntar.
– Yo al carnalito de mi morra una vez le troné su calzón de una. Acabó todo marrano y agujereado.
– Ah.
– Güey, ¿por qué azulitos?
Lo que me puso nervioso fue que no jaló de inmediato. Le dio pellizcos a la tela para wue poco a poco fuera metiéndose y haciéndose bola en mi raja. La palabra azulitos o se me iba de la cabeza, era como si pudiera ver el tamaño de la sonrisa que tenía ak decir esa palabra aunque no le haya visto la cara.
– No las pongas duras – me dijo – ¿Qué nunca te han hecho?
– Sí…
– A huevo, pues sin apretar las nalgas.
– ¿Te puedes apurar?
– De que puedo, puedo – jaló tantito, solo para que sintiera lo filoso que ya se había puesto mi chon, sudé, por poco pongo duras las nalgas el pero me logré detener – ¿Ya te dio miedito? Si no quieres, nos detenemos y te vas sin tus…
– ¡Ya sé! ¡Pero apura—-!
Ramiro al parecer era muy bueno para tomarme por sorpresa. Fue en un solo movimiento que se me torció la espalda y dejé de sentir el suelo. Me agarre de las cajas y sentí ese pinche hilito azul clavándose como alambre. Me tenía directo de la parte más delgada. Apreté la quijada pero no sirvió de nada, de que hice ruido, hice ruido. Azulito. Azulito. La palabra no se me iba.
No me quedaba duda de es de que le arrancó un calzón de un sólo tirón a un chavo, tenía una fuerza de gorila. Los brazos blanquitos nada más los veí por los costados de mi vista, pero bien que mostraban músculo redondito, se le ponían venudos los antebrazos. Y mientras esa cara de culero, de esas sonrisas que hacen que te de pena hasta la cosa más normal.
– Qué buen calzón, ni se rompe…
Me estaba dando mucho miedo sue solo me sostuviera así en el aire, con el trasero de fuera, colgando de un hilito tieso a medio cuarto. Y a él ni le temblaban los brazos. Empecé a patalear pero me hizo un jaloncito más y pues dejé flojitas las piernas para que no llegara otro.
– ¡Me rindo!
– Jajajaja, pinche llorón
– ¡Arde! ¡Ya, por favor!
Ni aunque me retorciera a los aldos lograba nada. Las manos se me despegaban de las cajas, la tentación de tratar de agarrarme el calzón era mucha. Es aue era tanta tela hecha rollito, toda hilada, filosa y clavándose hasta donde ni yo sabía que podía llegar.
– Tienes nalgas de mantecada, cabrón – fue lo que me dijo ya cuando me bajó – Da un brinquito.
– ¿Qué?
– Un brinquito, vas.
Nada más levanté mis talones del piso y me dejé caer. Yo creo aue se me ha de haber puesto roja la cara, porque yo también sentí cuanto rebote hubo en mis nalgas cuando hice eso. Sentí otra nalgada, hasta ahí me cayó el veinte de los grandes que tenía las manos.
– Ya me rendí – le recordé.
– No, culito, es hasta que llores o se haga trizas tu calzón.
– Oye, no, ¡eso no fue lo que dijimos!
– Son las reglas. Así se juega al calzón.
– Claro que—-
No sé por qué le seguía respondiendo cuando me provocaba. Solo se volcía obvio lo wue estaba haciendo hasta que me hacia flotar por mi tanga. Esta vez ya sentí como se estoraba el calzoncillo, leeeeento y cruel rompiéndose en las costuras poquito a poquito. No era una trusa muy flexible, y por eso ya me estaba dejando rozado.
– ¡Haces unos ruidos bien cagados!
– ¡Ya estuvo bueno! ¡Ya!
– Tampoco grites, gordinalga, te van a oír…
Lo que era sentir sus dedos rozando con mi espalda me estaba haciendo pensar raro. Ardía, ardía como no tienen idea, pero el Ramiro tenía unos nudillos bien suavecitos. Era como que me acariciaban la columna entre cada jalón. Uego de unos jalones rapidos se detenía, y luego ponía un pie en una silla y me levantaba así, largo y tendido para que se esyirara más mumi trusa. Yo nada mas estaba esperando que ya se rompieran, de menos de esa costura de abajito. Tronaba de vez en cuando la tela pero nada más era el ruidito. De repente caí con mi calzón hiper metido, sudando de la frente y de las piernas.
– Qué rico es hacer un buen calzón chino – se oía tan feliz que hasta a mí me sonaba convincente – Ya hasta me dejaron de doler las piernas.
– Ya rómpelo…
– Eso trato, gordinalgas, no te pongas de pendejo. Mehor no te pongas tanguita de natación, ¿cómo ves?
Para la siguiente vez que me levantó me imaginé clarísimo lo wue habría sido tenerlo de compañero de clase en la secundaria.
El típico cabrón molestón que te copia la tarea, el abraz al cuello tantito fuerte para que vayamos a formarnos juntos a al cooperativa y yo le acabe “haciendo el favor”, las luchitas a media clase y las patadas a los huevos que daría, los apodos sacados de la nada, las bajadas de pantalón, y claro el calzón chino.
Me imaginé que estas cajas eran casilleros y se me iban resbalando las manos por el metal en lo que un coro de sus lacayos se burlaba de mí. La risa de Ramiro casi casi traía su propio eco y su propio acompañamiento.
Me puse a geitar cuando me dio otro de esos pellizcos, sentí que me iba a dejar morada la nalga.
– ¡Las manos! Manitas quietas o te lo hago peor.
De verdad que no podía controlar mis manos, entre el sudor de las palmas y el impulso de tratar de zafarme, era mi cuerpo reaccionando solo. El calzón chino no se detenía y mi maldita trusa nada más se clavaba más y más, cada vez más delgadita y rasposa. La puso en un solo puño, le dio vuelta y me cargó desde ahí, con una mano. Me jaló hacia atrás hasta que ni las puntas de mis dedos podían seguir tocando las cajas. Cuando no tuve con que balancearme, me puse las manos en los huevos y fue buena idea porque lo siguiente que hizo fue levantarme en vertical, yo tratando de estar parado como soldadito para no irme de cara.
Y que me da vuelta, me sostiene mi calzón desd eel resorte como a la altura de mis hombros. Así, medio abrazados me levanta otra vez. Mi peso le cae en el pecho y no le parece importar. No entiendo por qué hace esto, pero de repente le veo la cara y está viendo más allá de mí. El muy culero estsba grabando, y ahorita solo le estaba enseñando mis nalgas a la cámara. Me subía y me bajaba con esa sonrisota.
– ¿Y por qué te hago esto?
– ¡AAHHH! ¡Por un descuento!
– ¿En qué?
– En… – me abrace a él para que no dolieran tanto los rebotes. Fue mala idea no responder, vino otra nalgada.
– Yo feliz de dejártelas de tomatito, pendejo.
– ¡Por unos calzones!
– Diles supertangas.
– ¡Por unas supertangas!
No sé, en otro momento me habría resistido más, pero me faltaban fuerzas y ya tenía bastante sueño. Claro que andaba despierto, nada más andaba cansado.
Los sonidos de tela se fueron haciendo más fuertes y me sentí caer de un momento a otro. Ya, al fin, se iban a tronar.
Ramiro me bajó por los chescos y me puso la cabeza entre los muslos, me agarró con una mano y se puso a rpesumir poses para la cámara, y meintras tanto mi pobre culo subiendo y bajando y yo tratando de no gritar tan agudo que se fuera a reír más.
Me dejó “bien chino mi calzón” como él tanto le decía a la cámara. La verdad es que ni se veía el calzón de entre mis nalgas, me lo había enterrado lo más que se podía, el resorte iba subiendo y yo con las nalgas desnudas, nalgueado, pellizcado, las piernas al aire y el olor de Ramiro quedándome por todo el cuello. Y no paraba. El pinche calzón no acababa de tronarse. Azulito, no se me iba la palabra.
Ramiro empezó a decir “calzóoooon… ¡CHINO!”  levantándome de sorpresa. Lo alargaba más solo para darme tiempo de quejarme y pedir que ya le bajara. Me sentía como niño. Ya todo esto del trabajo y de los documentos y de que los escándalos de qué cuentas me tocaban, ya todo eso me quedaba grande. Estaba aquí, siendo molestado por un güey todo feliz, el calzón o se iba a rmepr o me iba a quedar guango y me iba a ir a dormir con la raja bien irritada… Y todo esto por unos calzones de superman. Y lo peor era que todavía no me arrepentía, sabía que iba a salir de ahí más desanimado si no los traía conmigo.
– ¡Cuidado, pendejo!
De esos rebotes sorpresa que me daba de vez en cuando pataleaba en el aire y le di un buen golpe a una de las cajas. Me detuvo en el aire en lo que e esperaba a ver si no se iba a caer la montañita. Yo mientras tanto no podía ni gritar bien, era presión perra en mis huevos y ese hilito nomás no me iba a salir nunca de la cola. Solo quería que me bajara, o de menos que no me apretara la cabeza tan fuerte con los muslos. No se cayó nada.
– ¿Y sí existe tu primo o te lo inventaste?
Sí tenía un primo de quince años por el lado de mi padrastro, pero claro que no era alguien que quisiera calzones de superhéroes. Le dije, claro, ¿ya para qué guardármelo? Creo que lo que más dolía era la pena; que un extraño se sintiera tan cómodo de hacerme tortura, que mi mentira no haya funcionado y que a esta edad todavía me tuviera que preocupar por uno que otro calzón chino.
Bueno, ahora que lo pienso lo que más dolía era la raya mi culo pero la pena no era como que se sintiera chida.
– ¡Feliz cumpleaños a TI! ¡Y los regalos pa MÍ! ¡Te invito al cine y tú pagas! ¡Y te DOY TUS NAL-GA-DAS!
Creo que lo último que me esperaba era que se pusiera a cantar. Tenía la voz rasposa y no cantaba nada bien, pero ni me podía concentrar n eso porque en una que otra palabra me daba un jalón directo desde el centro como hilito dental. Y en las del final me dio cinco nalgadas bien duras, hasta escuché eco como si fueran aplausos. Me quemaba la cara, me moría de pena y creo que lo peor era que sí me estaban dando ganas de llorar.
– ¡¿Por qué?! – le grité, pero seguía cantando.
– ¡A media funCIÓN, te bajo el pantaLÓN! ¡Y porque estamos de fiesta TE HAGO CHI-NO EL CAL-ZÓN!
Se empezó a reír tan fuerte que hasta a mí me salió una sonrisa. Eso de estarme torturando la trusa al ritmo de su cancioncita hacía que la expectativa creciera antes de cada jaloneo. Encontré el patrón rápido y nomás estaba pensando “no, no, no, no” cuando ya veía venir el jalón, y luego dolía más porque ni siquier ame había tomado por sorpresa.
– Sí es tu cumpleaños, ¿verdad?
– No…
– Pinche rata, güey, nomás quieres sacar provecho.
Bajó tantito la tensión cuando se quebró el calzón del resorte y se le hizo un aguerote por el centro. Fue tronando y tronando como costal viejo hasta que sentí la manos de Ramiro en mi nuca. Siguió jalando y vi un resorte azul (azulito) pasando mi mirada. Iba pegadito a mi cara peeo l menos ya no estaba entre esos muslos. Bajaba y bajaba y bajaba el resorte hasta que lo sentí contra los labios. Me dio dos palmadas en el cachete y con un quejido me reisgné. Abrí la boca y me hizo morder mi propio calzón.
Aunque ya estaba roto, todavía dolía bastante. Se había roto del resorte, todo lo demás seguía tenso y clavadito, apretándome de los peores lados.
– Tenemos aquí a un nerdito en busca de superchones – me puso la cámara cntra la cara, traté de cubrirme pero me puso la mano en la barbilla y me apretó para que me viera, de menos cerré los ojos – Pa la próxima se pone mejores calzones, estos ni duraron.
Entre el sudor entrándome a los ojos y todas las palabras preocupantes en esa oración, sí me empezaron a salir lágrimas.
– ¿Qué dice el gordinalgas? ¿Le gustó?
Dije que no con la cabeza.
– ¿Quiere otro?
Me raspé mi propia raja negando fuerte con la cabeza. Al menos tenía algo que morder para soportar el dolor.
– Levántate, a ver las nalgas.
Me puse de rodillas, todo estaba a oscuras, no quería abrir los ojos por nada del mundo. Sentí como pasaba alrededor de mí y se inclinaba, con su aliento dándome en la espalda, sus risitas de repente se le escapaban de los labios. Ya para este punto no me sorprendía que me diera nalgadas, solo esperaba que ya no las diera tam fuerte. Como apreté las nalgas me dió otra. Y como apreté las nalgas ahí también, me dió otra. Ya para la tercera las dejé flojitas, me dio una palmadita de buen trabajo.
– Parecen de morra, ¿te depilas o qué pedo?
No me acuerdo qué respondí, ojalá me acordara. Tenía la cabeza entera muy caliente y lento solo sentí un nudillo suyo. Me empezó a sobar las nalgas con el puño. Me dio golpecitos para que rebotaran.
– ¿No prefieres calzones rositas? Pa que combinen con como ya te las dejé…
Cada nalgada se sentía como latigazo. Se sentía como si me hubiera dado más de las que me dio, y el puño nomás revivía ese dolor.
– ¡Saludos al primito imaginario de este nalgón!
No sé por qué pensé que ya había detenido la grabación, sólo escuché como ponía su teléfono recargado contra las cajas y fue demasiado tarde. Me levantó de las trizas de mi calzon, tomando esas tiras de mi trusita azul y alzándome de ellas. Se me clavaron tan profundo que podía sentir cada hilito individual al momento que se quebraba contra mi raja. Él jalaba divertido pero con hartazgo, sus pinches brazos convertían algo como traer puesto calzón en una muy rasposa pesadilla. Me llamó todas las variaciones de “nalgas” y “culo”, me llovieron los apodos, me daba uno nuevo con cada jalón: Tangachica, colasucia, flexinalga, culón putito. No sé, no escuchaba mucho. Las palabras le salían de la boca sin que él las pensara, yo estaba ocupado gritando y tratando de no llorar de lo mucho que me ardía la cola.
– ¡Ya wue de truenen, cabrón! Me quiero ir a mi casa.
Y por arte de magia hubo un sonido de trueno y miraya estuvo libre.
Ya no me quedaba mucha vergüenza, entonces me saque mi calzón roto de entre las nalgas con las dos manos lo más rápido que pude. No me detuve a pensar aue probablemente la cámara vio eso. Ramiro presumió el calzón roto a la cámara, me dio un última nalgada para sacarme un grito y finalmente detuvo el video.
– Por favor no le enseñes eso a nadie.
– Jajajaja, hasta crees, está bien chistoso.
– Pero…
– Ni que fueramos juntos a la escuela, pendejo, yo ni te conozco – Ramiro se reía como si nada, manipulaba su teléfono con una mano todavía sostenía mi calzón roto, hecho pedazos.
– Pero no lo subas o…
– Ah, no seas pendejo, claro que no lo voy a subir, me lo bajan de donde sea – Me enseñó el video pausado – Si publico estas nalgas en donde sea me van a cerrar la cuenta. Y si ni se ven las nalguitas danzarinas pues ni qué chiste.
– Pero…
Ya me había dejado de prestar atención, me subí mi pantalón. Se me puso frío el sudor.
Al parecer Ramiro me los bajó demasiado rápido y estos de vestir ahora tenían un agujero enorme desde el que quedaba visible mi nalga derecha completita. Me llegó una brisa. Ya me estaba esperando que se riera, pero para mi sorpresa, ni me staba viendo cuando me subí el pantalón.
– Al infinito y más allá… – dijo, en burla.
Me entregó un paquetito de plástico con cuatro trusas de Superman enrolladas. Cuatro calzones coloridos, de mi talla, que se veían bien bien cómodos. Hasta se me olvidó mencionarle que eso del infinito no tenía nada que ver. Qué vergüenza admitirlo, pero al sostener ese paquete en mis manos supe que valió la pena todo eso.
– Llévate los dos – dijo Ramiro, con un bostezo – Ya qué pinche hueva ver qué pedo con la caja registradora.
Me lanzó las trusas de Batman. No las atrapé pero en parte era por la emoción. Estaba con el culote bien irritado, con el airecito del almacén acariciándome las nalgas por el agujero del pantalón, habiendo sido grabado por este extraño, pero tenía en cada mano dos paquetes de trusas de superhéroe. De repente me dio escalofríos porque sentí su mano metiéndose en mi pantalón por el hoyo.
– Parecen de mantequilla o algo.
– Ya, ya acabamos, ¿no? – yo ya estaba rogando.
– ¿Te arde?
– Pues sí…
– Oye, de verdad que está bien divertido hacer un buen calzón chino de vez en cuando. Vienes mucho a la tienda, ¿no? Me suena a que eres regular.
– No, para nada – era ridículo pensar que él recordara a cualquier cliente siendo una tienda tan grande y abierta tanto tiempo.
– Ya no te pellizco por pura piedad, ¿eh? – se rió – Lo que digo es que si luego andas corto de fondos, me buscas y a ver si te damos otro “descuento de calzón flameado” nomás no te pongas de pendejo y tratar de llevarte mamadas caras.
Odiaba ese pinche nombre del descuento. Sonaba horrible, infantil, humillante, vergonzoso… Y ya de una vez les digo que esta no fue la única vez que lo utilicé.


Cuando llegué a mi casa le tomé foto a estos paquetes y supe exactamente a quién mandárselos.
“Tocayoooo, están bien bonitos!!!”
Los mensajes de Benny siempre me ponían feliz. No le gustaba usar stickers o emojis, era de la vieja escuela y de vez en cuando me daba un “:)” o “:(“ si bien me iba. Pero siempre sabía qué cara estaba haciendo cuando me mandaba estos mensajes.
“Cuando vengas, ¿quieres ser Batman o Superman?”
“Pues… Es que el superman estaría chingón. Te los dejo hasta la frente con un jalón!”
“Jejejejeje está bueno, va, los usas esos. Son de mi talla, quién sabe si te queden”
“Si te quedan, me quedan”
Me fui quitando el pantalón para coserlo, o empezar a coserlo y dejarlo a esperar. Pensaba en Benny usando unas trusas de estas rojas con detalles azules y dorados, esa S grande estorada por sus nalgas peludas y sus muslotes llenos. Su siguiente visita era en un par de meses, y esto de planear actividades para cuando viniera era lo único que me dejaba atravesar algunas semanas.
“¿Quieres estrenarlas?” me dijo Benny por mensaje. Se me puso la piel chinita.
“Bueno” mi mensaje salió seco y normal, pero en el mundo real casi me caigo de lo débiles que se me pusieron las piernas.
Poquito tiempo después estaba modelando mis calzones de Batman frente a la cámara en una videollamada. Me di unos tres jalones como me lo pidió el Benny, pero nunca nada tan fuerte como los que él me hacía.
– Oye, ¿tienes filtro?
Su voz saliendo de las bocinas no era tan lindo como oirla en mis orejas, pero era suficientemente bueno. Benny estaba sin camisa, con la barbita despeinada, los ojos relajados y ese cuello tan macho rodeado con una cadenita de oro.
– No, ¿por? – le dije.
– Se te ven bien rojas las nalgas.
– Este… Debe ser el color, la luz no es muy buen aquí – dije. Pero pronto la vergüenza se me fue, ya de por sí ya traía unas trusas de Batman jaladas hasta media espalda – O bueno, am… es que no me alcanzaba para estos calzones…
Le expliqué qué pasó y se quedó pasmado. Luego de un tiempo dijo:
– ¿Pero estás bien?
– ¡Claro! ¡De verdad que fue buen precio para estos y lo que va a ser usarlos cuando llegues!
– Pues… Vaya, jajaja, a ver si me pasa ese video.
– ¡Oye, tampoco!
– ¿Qué? Me lo contaste todo y dijiste que estabas bien – se río – Está bien chistoso todo eso. Suena a que me caería bien ese cabrón. Igual y me lo madreo por molestar a mi novio, pero luego pues unas chelas y hablar con él de tus nalgas.
– ¡No hagas chistes así!
– No es chiste.
Me bajé los calzones y me puse unos normales, medio avergonzado en lo que se reía de mí. Era tan bonito escucharlo llamarme “su novio” todavía no me acostumbraba.
Desde que me mudé y Benny se quedó allá, la verdad es que más que pensar en cómo nos besábamos o cogíamos, me la pasa extrañando cómo me molestaba. Era cruel, era juguetón, y pues era más que juego previo para el sexo, era una forma muy de él de mostrar que me quería. Y yo lo quería mucho a él. De vez en cuando me daba un jalón de mis calzones y me imaginaba que era Benny que me tomaba desprevenido, me daba un resortazo y me decía “Más atención, papacito” o algo así. Su voz, sus manos, su esfuerzo, su atención siempre en mi. Era perfecto. Era lo que más falta me hacía.

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